Arquitectura y juego: la azotea como patio
Miguel Sáez Martín
NOMBRE DEL COLEGIO, MUSEO, ASOCIACIÓN:
Colegio Virgen de Mirasierra.
CIUDAD:
Madrid.
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PAÍS DE ORIGEN:
España.
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ESPACIO PÚBLICO SOBRE EL QUE SE HA TRABAJADO:
Azotea.
MODALIDAD DEL PROYECTO:
Talleres en horario extraescolar.
EDAD Y NÚMERO DE LOS NIÑOS PARTICIPANTES:
17 años.
9 participantes.
FECHA EN LA QUE TUVO LUGAR LA ACTIVIDAD:
Desde el 25 de enero al 24 de noviembre de 2017.
OBJETIVOS DIDÁCTICOS DEL PROYECTO:
- Acercar a los alumnos el pensamiento arquitectónico.
- Reflexionar sobre el patio como espacio de uso común en el entorno escolar.
- Conocer y familiarizarse con la búsqueda y la consulta de obras de arquitectura.
- Afrontar el proyecto arquitectónico en todas sus fases (problema-análisis-propuestas-solución) desarrollando una mirada analítica y un discurso argumentado.
- Facilitar el debate y la discusión en torno a soluciones arquitectónicas.
- Profundizar en el trabajo en equipo.
PRESUPUESTO:
40€.
Transcripciones
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El colegio, ¿sitio de diversión o lugar de aprendizaje?
Toda la vida hemos separado estos dos conceptos y los hemos aislado en zonas del colegio muy específicas. Las aulas eran el entorno para el aprendizaje; el patio para la diversión.
Pero ahora nos damos cuenta de que ambas cosas están mucho más relacionadas de lo que pensábamos.
En las clases los Lego, babeados, tirados y apilados pasaban a ser una manera de organizar nuestra cabeza, de estructurarla y de enseñarnos relaciones espaciales. Fue en la plastilina, con la que parecía que sólo hacíamos churros que aplastábamos, hacíamos bola y volvíamos a aplastar, donde vimos figuras que nadie más veía, donde moldeamos nuestro pequeño mundo, donde nuestra imaginación crecía casi sin darnos cuenta.
Crecemos y, con ello, pasamos de las canciones, las siestas y las ceras Manley a los lápices, las sumas y las restas, el estudio… Pero en el recreo salíamos y corríamos, gritábamos, jugábamos a papás y mamás, hacíamos collares de hojas, negociábamos con arena y piedras y aprendíamos: éramos nosotros. Aprendíamos a jugar, claro, descubríamos cómo ser niños. Y mientras tanto crecíamos.
Y con todo lo que el juego nos hizo ser, cumplimos años y dejamos de jugar. Las clases se vuelven serias, nos sentamos en los recreos y estudiamos para los exámenes de la siguiente hora. No dejamos de relacionarnos pero se nos olvida jugar: ya somos mayores.
Nos encontramos con adultos serios que ansían tener la oportunidad de jugar con un niño, de hacer algo que no es común que hagan. Pero ¿por qué? ¿Y si en vez de esperar a estar con un niño volvemos al pasado? O, mejor, ¿buscamos el pasado desde nuestra cabeza de adultos?
Poder jugar con tierra, con una pelota, saltar, crear con plastilina, construir con bloques, pintar con las manos… quizá el jugar como niños nos haga ser mejores adultos, nos haga crecer. El juego, tan importante en la infancia, puede ser incluso más importante en la edad adulta. El hecho de que podamos conectarnos con nuestro niño escondido, que pocas veces se atreve a salir, que podamos coger los mismos recursos, utilizarlos como él y crear desde una mentalidad más estructurada y extensa, es algo que no debería pasarse por alto. Crear un espacio donde los adultos puedan jugar. Ya no hablamos sólo de adultos sino de niños mayores. Crear espacios para el juego de todos, quizá separados dado que las condiciones son diferentes, pero, eso sí, que en cada uno de ellos lo que reine por encima de todo sea el juego.
Nos damos cuenta ahora de que el aprendizaje y el juego están más relacionados de lo que pensábamos, de que llevamos todos los recreos de nuestra vida aprendiendo.
Juguemos como niños, seamos adultos y apostemos por combinar nuestra mentalidad de laboratorio con una fascinante mentalidad lúdica.